sábado, 23 de abril de 2011

Mentiras.

Siempre habrá más de una opción: o seguir hacia delante, o seguir hacia delante con una mentira.
Ya sabes lo que dicen, nunca digas una mentira que no puedas demostrar, ser ni durar.
Y es que nos pasamos la mitad de nuestra vida engañándonos a nosotros mismos, a nuestra pareja, a nuestra familia...¿Y para qué? Para mantenernos ocupados, para no ser quienes somos.
También dicen que cuando encuentras a esa persona y lo sabes, eres tú realmente; pero sabes que no es así. Siempre le dirás alguna que otra mentira, inocente o descarada, piadosa o premeditada.
Aún nos queda ese miedo a ser descubiertos, a hacerles daño, asi que...¿qué mejor que contar la verdad? Nada. Así que decimos hacerlo, mitad obligados, mitad arrepentidos.
Y cuando lo hacemos, no podemos evitar sonreir y no precisamente por un buen acto cumplido; sino porque en el fondo querríamos decir un "sí, me estoy riendo de tí y me gusta". Más que nada porque sufrimos por ser engañados, manipulados y quizás hasta humillados y ahí es cuando tu cabeza te grita: "Si las ranas pudiesen volar, no se dejarían el culo saltando".

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